Pude haber escrito este poema ayer, pero la
mujer que caminaba sobre las hojas llevaba en el cabello la sombra de los
muertos, y en sus hombros la noche caducaba con el brillo de sus senos.
Pude haber escrito este poema ayer, pero esa
mujer no era un ángel cualquiera ni siquiera un demonio tuerto de esos demonios
que llevamos en el corazón, era una lucha de pavos reales, un camino de frutas
silvestres oscilando el despertar de las negras madrugadas de septiembre.
Era polvo en el tiempo, con ojos de luciérnaga,
de mirada casi triste y casi verde, era paloma suicida o palmera solitaria en
mar Caribe.
Pude haber escrito este poema ayer, pero de
noche el ruido de las tormentas dejan caer sobre mí, casi todos los pecados de
los vagabundos del mundo y ayer una pequeña lluvia rasguño mi piel dejando
sangre en el cuerpo.
Pude haber escrito este poema ayer, pero esa
mujer dejó en mi boca el destello de las estrellas cuando explotan, el grito de
los trenes cuando se precipitan en humo y fuego, el amarillo naranja de los
rayos del sol cuando se cristalizan en las nubes y el eco de los ronquidos de los muertos
cuando duermen en su cabello.
Pude haber escrito este poema ayer, pero no tuve
tiempo de escribirlo.
(Del libro Lágrimas Difuntas, 2004)
(Del libro Lágrimas Difuntas, 2004)
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