Verde umbral
por donde viajan los esqueletos de las nubes,
café de
tierra con olor a mar de amatista.
Por tus ojos
pasan las palomas mensajeras con las cartas de amor a las víctimas de la
guerra,
pasan los
huracanes y muelles de países que estuvieron escondidos bajo el ala de un
colibrí.
Pasto de luz:
tus ojos mueven al mundo,
lo aclaran,
nieve que copula con la madera y el oleaje de
fondo.
Mirada a mirada
el cosmos se entreteje frente a tus ojos.
Unión de
arcilla y aurora boreal,
el cielo
desbándese y cae un pedazo,
pupilas como jaulas encierran la paz y el alpiste,
pupilas
malabares,
albatros que
aterrizan en carreteras largas provenientes del diluvio.
Aceituna, ojos terroristas.
Ahogado me
vuelvo hacia el iris, sepultura de
crisoles y lunas que cuelgan como collares en lo infinito,
debajo de las ramas los grillos se despiden
cortándose la piel al entonar el chillido de sus patas, eclosionan las
estrellas,
tu mirada pertenece al gris de las rocas que
en silencio caen sepultando la oquedad que nos vende las trampas de la
vida.
Esos dos ojos
son las tardes de noviembre, ellos tocan el aire, el pico de los pinos,
beben agua
sagrada,
gotas de noche,
caminan sobre los lagos y llueven.
Tus ojos:
bosques milenarios en donde las aves alojan el canto de los colores.
El infito
reza, tus ojos anidan:
mueren.
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