viernes, 11 de septiembre de 2009

La mosca un cuento en tres voces





La noticia

Se sienta frente al ordenador, la televisión lo distrae pero no la apaga, agarra el teclado, una mosca pasa enfrente de sus ojos, la sigue con la cabeza, la ve ir de la sala al comedor, del comedor al cuarto y vuelve a pasar frente a su nariz, le baja al volumen, quiere escribir, se rasca la rodilla derecha, se levanta y va al baño, orina, se lava las manos y se encuentra con su rostro en el espejo, un nuevo barro ha brotado en su barbilla, lo exprime, mancha el espejo, sale del baño, suena el teléfono, no lo contesta, deja que suene y suene y suene, alza el auricular, no hay nadie del otro lado, ya colgaron, un avión ha pasado frente a su ventana, se introduce entre las nubes y desaparece, lo ve alejarse, agacha la mirada, recuerda la frase que leyó en el periódico, la busca en su cuarto, el periódico se encuentra encima de la cama, vuelve a leer la frase: “No encuentran al hombre bala del circo, desapareció tras el último disparo del cañón”. Sigue leyendo la nota, no le había puesto tanta atención como ahora: “Las autoridades y la administración del circo lo buscaron por horas en las inmediaciones de donde se encuentra montado Le Cirque Papillon Blue”, lee la última línea: “se cree que aún no ha caído”, vuelve a dejar el periódico sobre la cama, se dirige al refrigerador, saca una botella de leche y bebe de ella, unas cuantas gotas resbalan por su cara y mojan su camisa, ve el reloj, es mediodía, se queda quieto, un zumbido lo molesta; la mosca, va por el matamoscas, se dirige al cuarto de lavado, mueve la ropa sucia, mueve la ropa limpia, busca en el anaquel de los productos de limpieza, no hay nada, se dirige al baño, en la regadera, a un lado del inodoro, en el lavabo, en el botiquín de primeros auxilios, no hay nada, resbala, cae al piso, se queda postrado en él, el zumbido se ha detenido, se incorpora de su estado y vuelve a caminar hacia la sala, la ve detenida en
el frutero, es una mosca gigante que come de la papaya madura de su mujer –ella la compró para su desayuno de cada día. Piensa en las enfermedades que podría causarle a su amada, él sabe que ese tipo de engendros comen de la mierda que se encuentra en la calle, se pasean por los basureros, se paran sobre los difuntos, traen la tifoidea, el cólera y la peste negra en sus patas; mira hacia todos lados, sabe que debe actuar rápido, pero sus movimientos deben ser lentos para no alarmar a la intrusa, se dirige al cuarto, da pasos cortos, intenta no hacer ruido, coge de nuevo el periódico, lo enrolla, regresa, aún la mosca se encuentra absorbiendo los azúcares de la fruta, alza la mano derecha, agarra
con firmeza el papel enrollado y deja caer su furia hacia la bestia panteonera.
Su interior se llena de triunfo; recuerda el primer gol que anotó en la primaria –es el sentimiento que aflora en esos momentos en su alma–, sonríe, su sonrisa se interrumpe al sonar de unas alas multicolores, la ve frente a él suspendida en el aire como si fuera un Apache AH-64 dispuesto a contrarrestar el ataque del enemigo, se prepara con la única arma que tiene, nota que ella espera el movimiento de la mano derecha, batea, no le da, vuelve a batear y no le da, se sube a la mesa, casi puede contar cada uno de sus pestilentes ojos, ella ni se mueve, pone el periódico a unos centímetros de distancia de la mosca, con tan sólo un ligero movimiento de la muñeca le daría un golpe que tal vez no la mate, pero sí la noquearía para después rematarla con toda la saña del mundo, como si fuera Torquemada en plena Inquisición; gira la muñeca y la mosca, con una sutil voltereta, lo esquiva.
La ve comerse la papaya de su mujer, tiene ira, tiene rabia, siente frustración, sale de la casa, se dirige a la tienda de la esquina, compra un Raid mata bichos, llega a la casa, le quita la tapa al aerosol, él sabe que ya no comerán de esa papaya, está dispuesto a tirarla con todo y mosca fulminada; aprieta, el insecticida hace una nube espesa por todo el departamento, tose y grita: “¡maldita mosca, eres historia!” Una carcajada cimbra los cimientos del edificio, el olor desaparece, no hay humo, no hay mosca, ve la papaya, piensa que encontrará al engendro del mal muerto, no, no hay nada, el aleteo suena, invade la tranquilidad, la mosca se posa encima del ordenador.
Observa la pantalla, el documento Word vacío y una bestia infernal sobre el símbolo de Windows; va por la escoba, golpea el ordenador, la pantalla cae, la mosca vuela, la persigue, golpea una y otra vez con la escoba, no le da, no le da, una lámpara rota, la imitación de Matisse en el piso, escobazos y escobazos en el aire, la mosca sigue en vuelo, la corretea, el insecto llega a la ventana, sale y se posa en la primera flor que encuentra.
Ve su pantalla rota –ya no va a entregar el reporte de noticias internacionales a su jefe–, piensa en su trabajo, en su mujer, observa a la mosca desde la ventana, él sabe que ha sido humillado, esto no puede quedar así, toma su escoba y sale del edificio, ella lo ve, lo espera y vuela de flor en flor. La gente ha de pensar que es un Lancelot moderno, el cual pelea con sus fantasmas, le da a las flores, a los postes de luz, a los autos de la avenida; la mosca sigue su volar, tranquila, goza su paseo por la gran ciudad.
Ha pasado una hora desde que salió de su departamento, ha recorrido más de cinco kilómetros, la mosca sigue viva, está en el primer escalón de un puente peatonal, respira profundamente, se dirige a la última batalla, da el escobazo, ella sube otro escalón, da otro golpe, ella sube y sube, él golpea y golpea; es el fin, la mosca ha subido todos los escalones, se detiene en el barandal del puente peatonal, se vuelven a ver a los ojos; la guerra ha concluido, la victoria es de ella. Él, vencido, deja caer su arma al piso, ella se despide con giros aéreos, y se aleja por los aires.
Él se despide con la frente en alto, ella ha sido un enemigo glorioso, la ve alejarse;
la tarde rosa con azul contrasta con el cuerpo de la mosca, no la pierde de vista, no la pierde de vista…
El hombre bala se come a la mosca.









Bipolar

Subes, bajas, ese idiota cree que te matará; gira, imbécil, gira, es el momento de girar, no dejes que te mate, esa rica papaya te espera, se ve jugosa, ve por ella, es tuya, te pertenece; pero ten cuidado, no te confíes tanto, idiota, no te confíes, casi te da un periodicazo. Ese tipo es muy lento para ti, sus movimientos son idénticos a los de un oso perezoso, deberás vigilarlo bien, pon todos tus ojos en su mano derecha, succiona, no lo pierdas de vista, lo has puesto realmente furioso, observa el color de su rostro, es rojo, mueve tus alas, el ruido que hacen le molesta, lo enfurece más, ya te habrás dado cuenta de que el recipiente está repleto de suculentas frutas, tienes de dónde escoger, pon tus patas en cada una de ellas; siente su firmeza, no es como la mierda en la que caminaste en la mañana, nada parecido a ese montículo que te jalaba hasta hundirte, casi quedas ahí, si el sol hubiera absorbido la humedad, ese desecho se hubiera secado, quedarías como fósil petrificada por un corto tiempo, después –ya seca la mierda–, alguien hubiese pasado y te hubiese pisado; en estos momentos serías polvo, corriste con suerte al ver la ventana abierta y colarte, eres dichosa.
Eres distante contigo misma, no tienes tiempo para meditar, te la has pasado de chupe en chupe, te abandonas; en cuanto despiertas lo primero que buscas es una víctima, no hace tanto tiempo que vivías indefensa, una pequeña larva, desprotegida, en la intemperie; cómo has cambiado, hieres a los demás y te burlas de todos, recuerda que tan sólo vives unos cuantos días, ¿qué harás de provechoso en tu limitada existencia?
Te queda no más de un día, esperpento, indecorosa, epidémica, pestífera, no hay nada de sublime al traer entre tu lengua la catástrofe, eres repugnante, monstruosa, te crees única, sabes que vuelas, pero no eres insuperable, hay muchas como tú, mejores que tú, hay unas que vuelan en colectivo, tú eres solitaria, una negra mancha en el aire, te crees inmortal, tal vez hasta el momento nadie te ha dado un buen golpe, por eso sigues en el aire, haciendo piruetas, malabares, pero no eres más que eso, una mancha negra en el aire. Te queda poco tiempo.
Las moscas son inteligentes ¿Crees que vivir como mosca es fácil? Según lo que entiendo, mosca es: el nombre general de un amplio conjunto de bichos pertenecientes al orden de los dípteros. Se han clasificado unas 150.000(imagínate) especies de dípteros (moscas, como tú), y algunos especialistas en el tema dicen que hay un millón de moscas sin registrar. Es decir, hay más dípteros en el mundo que vertebrados (¿te queda claro?).Las de tu raza son seres que sufren de una metamorfosis completa a la cual se le llama holometabolía, que consta de cuatro fases morfológicas: el huevo, la larva, la pupa,
y el adulto ¿Tú crees que es imbécil un ser que se transforma por completo? Desde que fuiste un huevo estuviste indefensa, tuviste alas y lo primero que hiciste fue buscar alimento, siempre corriste con peligro, pudiste ser devorada por algún sapo o ave y ahora en plena madurez intentas que un humano termine con tu vida, ¡No la chingues, ya eres adulta, deja de jugar, no eres una púber, salte de esa casa, que ese gigante te va a dar en paliza que quedarás en plena papaya apachurrada y sin vida!
Párate en la luz, siempre te ha atraído el brillo de los aparatos eléctricos, en cuanto dé el primer golpe vuelas, deja que destruya su casa, que rompa todo a su paso, no seas misericordiosa, la misericordia es un don que se le da a los seres humanos, tú eres una mosca y las de tu especie son destructivas.
Deja de torear al humano, no eres torero para andar haciendo eso, ya vete, deja que este pobre hombre siga con su vida. ¿No ves que ya ha roto su computadora? No seas una mosca obscena, debes salir de ahí y disfrutar de tu corta vida.

— ¿Y tú quién eres?
—La conciencia de la mosca ¿y tú?
—La conciencia de la mosca.
— Yo soy la conciencia, tú eres una imitación mía.
— No, yo soy la conciencia, tú eres un reflejo de mí.
— Deja de molestarme. Anda, vete de mi vida.
—No, tú deja de molestarme anda, lárgate de mi vida.
— Carajos, he venido a ser parte del todo y tú me interrumpes.
—Yo he venido a fastidiar al mundo, no a formar parte del todo; ¿a quién diablos le interesa formar parte del todo?
— No seas absurda, somos naturaleza y somos todo.
— Qué conciencia tan ñoña. ¿Sabes?, mejor hablemos con nuestra mosca y a ver qué pasa, ¿te late?
— Juega.
No entiendes tu rol en el mundo, no eres una abeja, las abejas van en flor en flor de flor en flor, tú vuelas y te paras en la mierda, no en las flores.
Ya te sientes cansada, ya has volado mucho, es hora de apagar las alas; te encuentras en plena madurez, deja de comportarte como si fueras adolescente, el vigor se ha ido, ya deja de seguir molestando a ese pobre hombre ¿acaso no le ves la cara de sufrimiento?
Deberás subir otro escalón, eres una triunfadora, no tengas compasión, recuerda, las moscas no tienen compasión, él está jadeante, le falta respiración, ganaste, sube otro escalón, no le hagas caso al perro atropellado, tú vas por la gloria, pósate en el barandal, él en cualquier momento tirará su escoba.
Ve a pararte en aquella carroña, deja tus huevos ahí, los de tu especie deben seguir en el mundo, no seas tonta, ya deja a este monigote en paz.
Pasarás a la historia como la mosca que venció al humano, no vayas al perro atropellado, eres magnánima, la mosca de moscas, la reina, todas te recordarán por tu sagacidad, por tu fortaleza, por tu entusiasmo, si Hitler viviera diría que tú eres la raza suprema, sube otro y otro escalón.
El precipicio te atrae, te gustaría volar hasta el fin de los días, pero tus alas ya son viejas, tu corazón tiembla, no fuiste útil. Estás en el aire, dejaste a tu oponente aniquilado, piensas que has cumplido con tu misión, pero tu misión era dejar más vida y lo echaste todo a perder, ya no habrá más generaciones, sólo por fastidiar a un humano.
Ganamos, ve cómo lo has dejado solo en el puente, eres una genialidad de Dios, tú y yo seremos inmortales, todas las moscas del mundo hablarán del día en que una mosca venció a la humanidad entera.
— Acá adentro es muy oscuro ¿o, no?
— Sí ¿en dónde estaremos?
— En el infierno de las moscas.
— Por qué dices eso.
— Sólo ahí olería peor que la carroña y sería pegajoso.
— Entonces estamos en el paraíso de las moscas
— No seas imbécil, ¿crees que el paraíso tenga excremento?
— El de las moscas sí.
— No lo creo, el paraíso de una mosca debe estar lleno de frutas y de turrones de azúcar.
— Eres muy cursi, el paraíso de una mosca es maloliente, baboso y cálido.
— A mí ya me está dando miedo, siento que me desintegro.
— Es verdad, aquí no es el paraíso ni el infierno, aquí sigue siendo la vida.
— No hemos muerto, morimos poco a poco, ¿qué va a seguir?
— No lo sé. Abrázame, conciencia.
— Te abrazo, conciencia
— Adiós.
— Ciao.
— Ya no siento las alas.
— Ni mis ojos.
— Ya no hay nada que decir tststsst…
— Tststs…






Bala al aire
Se siente bien acariciar el aire; de niño mi padre me compró un avión de la segunda guerra, todos los días cuando salía de la escuela me iba corriendo a mi casa, dejaba la maleta de los útiles escolares en la esquina izquierda de la sala, casi junto a la ventana, y agarraba mi avión de la segunda guerra, me subía al pequeño monte que se encontraba frente a la casa, volaba con mi avión de la segunda guerra, imaginaba ser el piloto; así fue por años, después entré a la secundaria y mi obsesión por volar se incrementó. Un día, en el carnaval de primavera, me disfracé de águila calva; los disfraces de mis amigos eran más convencionales, Ricardo se disfrazó de bombero, Alan de policía, Joaquín de piedra volcánica y Berta de abogada. Mis plumas eran maravillosas, cada una de ellas la recogí a lo largo de mi vida, siempre me encontraba una tirada, sinceramente creo que ellas me encontraban a mí; tenía más de dos mil, de diferentes aves. A partir de ese carnaval de primavera y hasta que dejé mi ciudad natal, siempre me disfracé de águila calva.
En la preparatoria formé El Club de los Paracaidistas sin Paracaídas. Éramos un grupo de chicos aficionados a las alturas, nuestra meta era juntar dinero para pagar una hora en aeroplano y saltar. El día que juntamos el dinero –después de haber lavado autos por un mes y de organizar fiestas donde cobrábamos la entrada–, nos asaltaron, íbamos doblando en la esquina de la calle Sur 17, un hombre de traje negro con corbata amarilla se nos acercó y nos pidió fuego para su cigarro. Yo saqué el encendedor que me había regalado Berta, me acerqué al tipo, y al momento de alzar las manos para obsequiarle el fuego me tomó de las manos, me las apretó tanto que me quedaron rojas por semanas, mis compañeros se asustaron, aún así le iban a hacer frente hasta que de su saco sacó un revólver, lo puso entre mis ojos, estaba tan cerca que podía ver la punta de la bala en aquella oscuridad; nunca tuve miedo, el hombre de traje negro con corbata amarilla me pidió el dinero, lo saqué y disparó al aire, todos corrieron menos yo, el hombre de traje negro y corbata amarilla me dio la espalda y se fue, yo me quedé parado con el encendedor que me había regalado Berta; a los ochenta días del suceso, en la radio local anunciaron que en la esquina de la calle Sur 17 un hombre de traje negro y corbata amarilla fue herido en la cabeza por un objeto que cayó del cielo.
Ese verano me despedí de Berta, le dije que lo mío era volar, y le expliqué que me había enrolado en las filas del Le Cirque Papillon Blue. Me iban a entrenar para hombre bala, ella me abrazó, y le prometí que algún día sería famoso.
En el circo el puesto de hombre bala es muy cotizado, llega gente de todo tipo para el entrenamiento, que es muy duro, de los veinte inscritos sólo se quedaría uno.
Todo hombre bala debe ser pequeño, gordito y carismático, es necesario tener el cuerpo de malvavisco para amortiguar los golpes, esas condiciones no eran para mí una desventaja, las cumplía todas. Empezó el trabajo duro, nos levantábamos a la seis de la mañana para hacer ejercicios de puntería, nos daban resorteras y canicas. Nuestro objetivo era un soldado de plomo que se encontraba a un kilómetro de distancia y los primeros diez que lo tumbaran pasaban a la siguiente fase del entrenamiento, los que no lo hicieran se despedían del circo. Yo fui el primero en tirarlo; esa mañana sólo cinco pudimos con la prueba, los otros quince se pasaron dos días seguidos intentando herir al soldado de plomo. Aún quedaban cinco lugares más, pero nadie pudo conseguir la hazaña, el dueño del circo se desesperó y prefirió seguir con el entrenamiento despidiendo a los quince chicos con mala puntería.
La siguiente prueba era la del equilibrio, nos ponían un vaso de cristal con agua en la frente, un cacahuate en la nariz, y teníamos que caminar por una calle empedrada descalzos. El primero al que se le cayera el cacahuate o derramara una sola gota de agua sería descalificado, la prueba tenía que cumplirse en tres horas de caminata sobre las piedras duras. Las primeras dos horas nadie tuvo dolor ni se quejaban de las condiciones del camino, hasta que Pedro se tropezó llevándose consigo a dos competidores más, tiraron el agua y el cacahuate de sus narices. Quedábamos José Ojo de Pescado –así le pusimos desde que descubrimos una enorme imperfección en el dedo gordo de su pie derecho– y
yo. Faltaba poco tiempo para que concluyera la prueba, las piedras duras lastimaban a José Ojo de Pescado, su imperfección al rozar constantemente con las rocas hizo que sangrara, era un martirio para el pobre hombre, pero el que se quedara con el puesto de hombre bala tendría que ser muy fuerte, así que no sentí compasión y seguí caminando; ya faltaba poco, unos escasos minutos para concluir la prueba, en eso, José Ojo de Pescado se detuvo, se quitó el cacahuate de la nariz y el vaso de agua de la frente y gritó:
—¡SE ME OLVIDÓ APAGARLE A LOS FRIJOLES!
—¿Qué?
—Los frijoles de la estufa.
Y se fue corriendo dejando gotas de sangre encima de las piedras duras. Ya no quedaba nadie, era yo el vencedor, el puesto de hombre bala era mío. No tuve que hacer la tercera prueba y ni siquiera supe en qué consistía, es más, aún no entiendo por qué hicimos esas tontas pruebas, aunque el payaso del circo me dijo que es la única manera de formar carácter y disciplina entre los miembros del Le Cirque Papillon Blue.
La primera vez que me metí al cañón sentí que mi mayor ilusión por fin se cumpliría, por primera vez volaría. El lanzamiento fue un éxito, pero sentí tristeza cuando caí en la red, fue muy poco el tiempo de vuelo. Pasaron dos años, poco a poco se fue volviendo monótono el trabajo. Los segundos de vuelo eran lo único emocionante, tenía que volar más tiempo, tenía que volar de por vida; un día se me ocurrió duplicar la cantidad de pólvora, hice que pusieran la red al doble de distancia y funcionó el experimento; esa noche saqué la calculadora e hice cuentas, después mandé a comprar la pólvora necesaria para volar durante diez años y desde ayer soy un hombre que no toca el piso.
No tengo frío, he pensado que cuando llueva aprovecharé para bañarme; no extraño a nadie de allá abajo, me siento como avión de la segunda guerra, como águila calva, estoy feliz, muy feliz, cuando tenga ganas de hacer mis necesidades biológicas simplemente me bajaré los pantalones, dormiré volando, volando, volando y comeré moscas en el aire.

lunes, 7 de septiembre de 2009

miércoles, 2 de septiembre de 2009

no me digas que no hace frío


Si tambaleo es porque el viento me besa
Si tropiezo con la luz del día es porque mis ojos son ciegos
Si caigo es que ahora (mi amor) estoy muerto

Por eso nunca se me olvida ver el horizonte ni sus alas incendiadas
Ni recordar la calidez de la noche en el disturbio de un homicidio

Nunca me digas que no hace frío en el cielo
¿acaso no soy yo el que tiembla?

Allá el dedo de un niño señala los ojos de los ancianos secos
Y aquí vemos el índice del infierno

Si tambaleo es porque hace frío y el viento me besa
¿ o no estoy muerto (mi amor) ?